¿Por qué viajamos?
¿El viajero nace, se hace… o se hereda?
Distintas rutas, una misma pregunta

Viajar solo es una experiencia profundamente liberadora. Esa posibilidad de ser quien quieras ser, de elegir el rumbo y los tiempos sin negociaciones, es terapéutico. Más allá del tiempo que ganás para vos mismo, hay algo ineludible en no poder escaparte de vos mismo. Es ahí cuando te preguntás: ¿realmente quiero esto? ¿Me gusta esto? ¿Es esta decisión mía o es mi historia, mi contexto, el que está eligiendo por mí? Esa claridad de la que no podemos huir llega en el silencio que nos queda al andar, y tiene una potencia que no siempre estamos listos para mirar.

Viajar acompañado, tiene otra dimensión. No es mejor ni peor, simplemente distinta. Hay algo profundamente humano en compartir el cansancio y la maravilla con otro. En la complicidad silenciosa al mirar el mismo paisaje, en la risa compartida ante lo inesperado, en la seguridad que da saber que alguien más se ocupa de vos por un rato. Y en esos viajes también te descubrís diferente: más paciente, más sincero, más vos.
Cuando todos viajan en la misma sintonía, hasta la nostalgia se vuelve alegre, y la filosofía cotidiana aparece entre risas y brindis improvisados.
Cuando el viaje es una pausa, unas vacaciones, se vuelve motor del cotidiano. Soñamos con esos días, los planeamos en detalle, y al volver ya pensamos en el siguiente. ¿Qué vas a cambiar en el proximo viaje? ¿Playa o montaña? ¿Y si sacás otra tarjeta para juntar millas? ¿Y si enganchás los feriados con días de vacaciones? ¿Y si te los podés tomar antes?
Y cuando viajar deja de ser una pausa y se convierte en una forma de vida, ya no planeás solo escapadas. Empezás a mirar destinos como posibles hogares, investigás visas, comparás trabajos de temporada, te preguntás si podrías vivir ahí. Ya no se trata solo de a dónde ir, sino de dónde quedarte… aunque sea por un rato.

Es que uno sueña despierto pensando: ¿Si no soy del mundo asiático, puedo sacar pasaporte chino? ¿Puedo tener cuatro pasaportes a la vez? ¿Si tengo más de un pasaporte, tengo más de una jubilación?
Lo que decimos… ¿es lo que realmente pensamos?
Entre quienes disfrutamos de movernos, me llama la atención la respuesta más habitual a la pregunta ¿por qué viajás?: “Para abrirme a nuevas culturas”. Suena bien, suena noble. Pero me pregunto si no es una frase hecha.
¿Cuántos se animan realmente a probar comidas que no entienden? Yo, por ejemplo, sé que no podría con ciertos niveles de picante y por lo tanto no tengo esa libertad en Asia. Y a veces, probar lo local ni siquiera entra en el presupuesto.
¿Realmente cuenta si solo conocés la ciudad principal/cosmopolita y no los pueblos pequeños? ¿Estamos viajando o simplemente trasladándonos?
¿Y hablar con locales? No siempre hay tiempo, o no siempre es posible. Y si el “local” que conocés es un guía que vive ahí pero no nació ahí, ¿vale igual? Incluso viviendo un tiempo en ese lugar, lo cierto es que la gente local vive su vida. Tiene sus rutinas, sus vínculos, sus tiempos. En un mundo tan globalizado, ¿qué define realmente a un local? Mis amigos, por ejemplo, tienen pasaporte kiwi por todo lo que construyeron allá, pero son re-argentinos.
Y lo de aprender palabras básicas del idioma, ¿lo hacemos? ¿Realmente? ¿O confiamos en el traductor del celular? ¿Las anotamos y luego las usamos? ¿Tiene sentido aprender maorí para ir a Nueva Zelanda, o vasco para visitar San Sebastián?
Tal vez no todo lo que se dice del viaje como transformación sea tan real, literal o tan inmediato como uno espera. Pero algo cambia, inevitablemente. Aprendés del lugar: alguna nueva comida, con suerte una forma distinta de saludar o de agradecer; y por siempre vas a llevar su capital y su moneda.
Y también te queda lo que aprendiste de vos en ese viaje: tus límites, tus miedos, tus ganas.
Y la verdad es que si un país te gustó tanto, la mejor frase que me dijeron —y mi espada contra el fomo— es: “siempre podés volver”.
La dopamina viajera

Al margen de todo esto —y de las muchas respuestas posibles a la pregunta de por qué viajamos— hay una explicación biológica que me resulta espectacular.
Hay estudios que relacionan la variante 7R del gen DRD4 con una mayor inclinación hacia la búsqueda de novedades, la curiosidad y la necesidad de moverse, asumir riesgos y explorar. Este mismo gen está vinculado con la producción de dopamina, la hormona del placer y la recompensa. Entonces sí, tal vez la dopamina viajera sea real. Viajar nos hace sentir bien, químicamente bien.
Y si lo miramos desde otra perspectiva, también podemos pensar en las teorías de biodescodificación. Así como algunos de nuestros antepasados se movían para buscar alimento, otros fueron quienes exploraron nuevos territorios, quienes se arriesgaron por lo desconocido.
¿Y si nosotros estamos repitiendo esa historia ancestral? ¿Y si esta necesidad de movimiento es parte de nuestro árbol genealógico? Quizás no heredamos solo los rasgos físicos, sino también ese impulso de búsqueda. ¡¿No sería genial?!
🧭 Entonces, ¿por qué viajamos?
Y es que cuando viajamos, nos volvemos superhumanos. Caminamos aunque nos duelan los pies. Comemos a horarios insólitos. Dormimos mal… y no importa. Nos lanzamos a actividades culturales que jamás haríamos en casa. Nos olvidamos del “no tengo tiempo” y nos volvemos expertos en exprimir el día.
Y quizás sea cierto: al viajar nos volvemos un poco superhéroes.
No porque tengamos poderes, sino porque descubrimos que sí podemos:
podemos lanzarnos al vacío,
sumergirnos en aguas volcánicas llenas de barro,
perdernos en lugares donde no entendemos el idioma,
convivir con gente que jamás hubiéramos imaginado conocer.
Viajando, nos animamos a más.
A aprender sin vergüenza, a preguntar sin miedo,
a equivocarnos con alegría.
Es como si el pasaporte también llevara impreso un permiso secreto: el de vivir con más coraje.
¿Será eso lo adictivo? ¿Probarnos todo el tiempo a ver cuánto más podemos lograr? ¿Sorprendernos a nosotros mismos con nuestras propias aventuras?
Porque sí, es cansador. Pero cuando estás cansado y feliz, no te sentís mal. Te sentís agradecido. Te invade una certeza:
“Mirá dónde llegué. Y si llegué hasta acá, puedo llegar mucho más lejos.”
Entonces entendés que es ese cansancio lindo, como después de entrenar o de estudiar muchas horas y aprobar con honores.
Además, está el factor tiempo. La urgencia.
Si no lo hago ahora, ¿cuándo?, ¿Y si después no puedo?
¿Y si no tengo salud?, ¿Y si vuelve la pandemia?
Esa aventura, ese checklist invisible de experiencias, nos da placer. Y sí, es adictiva.
Porque descubrimos que no hay razones reales para dejar de hacerlo.
Vivimos intensamente, vivimos felices, vivimos con toda nuestra alma,
porque si no vale la alegría, no lo haríamos así.
Tal vez no ahorramos mucho. Tal vez dejamos ir algunos vínculos. Pero como siempre digo: “¿Quién te quita lo viajado?”
Como escribió Pico Iyer, ensayista británico nacido en Japón y experto en temas de identidad y movimiento:
“We travel, initially, to lose ourselves; and we travel, next, to find ourselves.”
En español: Viajamos, al principio, para perdernos; y luego, para encontrarnos.

¿Será entonces que no viajamos para escaparnos, pero en verdad lo hacemos para encontrar nuestra mejor versión?
Si este texto te resonó o te hizo pensar en tus propios viajes, me encantaría leerte. ¿Viajás para escaparte? ¿Para encontrarte? ¿Por costumbre, por impulso, por amor? Contame en los comentarios! :)
Añadir comentario
Comentarios
En un momento de mucho cambios, preguntas, incertidumbre.. Este escrito, es una caricia al alma. Te recuerda la valentía de cada viaje, si pudiste una vez, porqué dos no podrás. Esos miedos que paralizan, esa zona de confort que en su momento fue lo desconocido. Quién es el que realmente te frena? El entorno, tu familia o tus pensamientos. Es tan cierta la frase de viajamos para escaparnos y luego, viajamos para encontrarnos.
La vida es maravillosa y cada uno decide que hacer con ella, pero aquella persona que siento por dentro esas ganas de conocer, viajar, experimentar; no se quede por tantos miedos. Al final, nadie vivirá ni morirá por ella. Lo único que nos llevamos son los momentos vividos, y para mi, la vida es esa. Experimentar cada vivencia que uno quiera vivir, que lo haga sentir pleno, la vida es un instante y si se sigue postergando, un día podrá ser demasiado tarde.
Gracias Fio por compartir tus pensamientos y vivencias.